jueves, 25 de septiembre de 2008

2720 - El Trono Urlida cae frente a Rigon I



2731 - El Rey Uré ha muerto en el exilio en la luna Dilicon, su pueblo, los iritas lloraron su muerte durante un mes, su hijo Auleo y su familia lejos de el en la luna Casél no ha podido asistir a los sepelios en el Planeta Galgitan donde hace 11 años reina un rey usurpador del legitimo trono.
2720 - Los Leunias una etnia humana de origen hindú en SMC (Pequeña Nube de Magallanes) se ha apoderado del trono del Reino Urlida, El Rey Uré y su corte han sido deportados a la luna Dilicom.
El nuevo rey, Rigon I, ha instaurado a la noble dinastia Rigenia, y gobierna sobre 15 mundos.


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Monarquía
La monarquía es una forma de gobierno de un estado (aunque en muchas ocasiones es definida como forma de Estado en contraposición a la República) en la que la jefatura del estado o cargo supremo es:
• personal, y estrictamente unipersonal (en algunos casos históricos se han dado diarquías, triunviratos tetrarquías, y en muchas ocasiones se establecen regencias formales en caso de minoría o incapacidad o valimientos informales por propia voluntad),
• vitalicia (en algunos casos históricos existieron magistraturas temporales con funciones similares, como la dictadura romana, y en muchos casos se produce la abdicación voluntaria o el derrocamiento o destronamiento forzoso, que puede o no ir acompañado del regicidio)
• y designada según un orden hereditario (monarquía hereditaria), aunque en algunos casos se elige, bien por cooptación del propio monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva).
El término monarquía (‘gobierno de uno solo’) proviene del griego μονος (mónos): ‘uno’, y αρχειν (arjéin): ‘gobierno’).
Este cargo (monarca) se denomina rey (o reina) en términos generales, aunque este nombre puede variar según la tradición local, la religión o la estructura jurídica o territorial del gobierno:
• rash (en sánscrito e hindi)
• rex
• rei
• rey
• roi
• re
• rege
• kuningaz -cyning
• king
• könig
• kung
• konge-
• basileus
• cacique
• califa
• emir
• emperador (o emperatriz)
• gran khan
• gran mogol
• huangdi
• inca
• káiser
• malik
• mencey
• negus
• sah
• sultán
• tennō
• tianzi
• tlatoani
• wang
• zar, etc.
Otros títulos nobiliarios, pueden a veces, según la circunstancia histórica, llevar consigo la consideración de soberanía y equipararse a la realeza:
• gran duque
• archiduque
• duque
• conde
• margrave
• voivoda
• príncipe
• co-príncipe
• señor, etc.
Los tratamientos protocolarios de la monarquía suelen incluir distintas variantes del término majestad, y en algunas ocasiones el de alteza, aunque este último suele aplicarse a los miembros de la familia real.
El estado regido por un monarca también recibe el nombre de monarquía, o reino.
El poder del rey puede identificarse o no con la soberanía; ser absoluto o estar muy limitado (como es usual en la mayoría de los casos de las monarquías actuales, sometidas a regulación constitucional).
Evolución de la monarquía en la Historia
La monarquía en distintas civilizaciones
A través de la historia muchos monarcas han ostentado poder absoluto, a veces sobre la base de la supuesta divinidad. En el antiguo Egipto, por ejemplo, el faraón era una deidad, al igual que algunos gobernantes orientales (despotismo oriental). En otras civilizaciones, la dualidad de poderes poder temporal y poder espiritual, hacía surgir un rey civil, como el en sumerio, mientras que los templos eran controlados por una casta sacerdotal. La incorporación de funciones religiosas a ese dirigente temporal terminó produciendo la figura del ensi.
En Egipto y Mesopotamia aparecen los primeros registros de nombres de reyes que constituyen algunos de los primeros documentos históricos: Menes o Narmer, que unificó el Alto y el Bajo Egipto en torno al siglo XXXI a. C. y encabeza las Listas Reales de Egipto (aunque hay un periodo protodinástico o dinastía 0 anterior a la unificación, del que se han conservado nombres de reyes y reinos de menor escala desde el siglo XXXII a. C.); y los míticos Alulim de Eridú y los reyes de Kish, Uruk y Ur, aunque no es hasta Mebagaresi (el vigésimosegundo de Kish, que utiliza el título real de lugal u hombre grande, en torno al siglo XXVII a. C.) cuando se tiene más constancia histórica, aunque fuera considerado contemporáneo del mítico Gilgamesh. Otro de los primeros nombres de la Lista Real Sumeria a los que se suele dar crédito es Lugalzagesi de Uruk (siglo XXIV a. C.).
El sistema imperial en China, desde la Dinastía Xia (siglo XXI a. C.) que siguió a los míticos tres augustos y cinco emperadores primigenios, otorgaba al emperador el poder supremo bajo el Mandato del Cielo. Mucho más tarde, los janatos mongoles, sucesores de Gengis Khan, extendieron ese concepto de poder universal por toda Asia.
Tras la inicial cultura del valle del Indo, las invasiones indoeuropeas o arias (un concepto filológico de debatidas implicaciones históricas) impusieron la civilización védica y formas de organización política y social de rasgos comparables a sus correspondientes entre los pueblos indoeuropeos de Europa (griegos, latinos, celtas, germanos). La mayoría de los estados de la antigua India que se repartían el norte del subcontinente hacia el [[siglo VII a. C. eran monarquías hereditarias (Magadha, Kosala, Kuru, Gandhara y otras, hasta un número de dieciséis), aunque el derecho al trono, sin importar la forma de acceso, era legitimado por genealogías ficticias de orígenes divinos compuestas convenientemente por la casta sacerdotal (brahmanes). El rey debía pertenecer a la casta chatría (de los guerreros).
El reino de Siam y el Imperio del Japón fueron los ejemplos más destacados de monarquías de Extremo Oriente.
La América precolombina contó con instituciones similares a la monarquía, que según los distintos grados de desarrollo cultural, consistía en jefaturas como los cacicazgos antillanos o en verdaderos imperios de rango continental como el Tahuantinsuyo de los incas o el Imperio azteca, pasando por entidades medias como los reinos mayas.

La monarquía en la civilización occidental
Edad Antigua
La Antigüedad clásica, posteriormente a los reyes míticos (Minos, Agamenón, Príamo) que podían corresponder al wánax micénico (o anax homérico), desarrolló la figura del basileus griego: primero un arconte con funciones limitadas en la polis, a la que se añadieron en los reinos helenísticos surgidos tras la división del imperio de Alejandro Magno los rasgos simbólicos y efectivos del poder asiático del Imperio Persa. Los rituales orientales, como la proskinesis o inclinación ante el rey, eran extraños tanto al espíritu democrático como al aristocrático de las poleis griegas, donde sólo la ley era rey (nomos basileus)[1] pero fueron adoptados. La concepción de la ciudad como espacio público, y de la política como la ciencia del gobierno, sujeta a escrutinio y debate público (el ágora), aunque fuera el basileus quien la ejerciera, sí que se mantuvo. La clave era la consideración del ciudadano como hombre libre, mantenido por la reducción de gran parte de la población a la esclavitud (modo de producción esclavista). Por su parte, el rex romano, profundamente desprestigiado por la República, fue siempre tenido como referencia -a evitar- por el emperador romano, de estirpe republicana durante el principado de Augusto, y ya con menos complejos con el dominado de Diocleciano y con la conversión al cristianismo.[2]
En la Península Ibérica, el denominado reino de Tartessos conservó nombres de reyes respaldados por fuentes griegas, unos míticos (Gárgoris y Habis) y otros más verosímiles (Argantonio), aunque el primer nombre identificable con un rico y poderoso personaje situado en las tierras del occidente mediterráneo sería el gigante Gerión, vinculado a los trabajos de Hércules.
Edad Media
En la edad media europea, la descomposición del Imperio Romano conllevó el establecimiento de las monarquías germánicas, fundamentadas en la necesidad de un dirigente militar con autoridad en la época de las invasiones, mientras la civilización urbana clásica se veía sometida a un fuerte proceso de ruralización y descentralización, y el modo de producción esclavista se sustituía por el modo de producción feudal.
La posterior descomposición del Imperio Carolingio propició en buena parte de Europa Occidental distintas formas de monarquía feudal, mientras que en otras zonas surgían repúblicas en ciudades libres o estados eclesiásticos. En Europa Central una serie de dinastías germánicas recreaban sucesivas versiones del Imperio, al tiempo que en Europa Oriental pervivía el Imperio Bizantino, ambos oscilantes entre la teocracia y el cesaropapismo; mientras que el asentamiento de los pueblos eslavos concluyó en la formación de otros reinos.[3]
La civilización islámica comenzó con un poder político y religioso concentrado en el califato que se disgregó espacialmente, originando una pluralidad de estados que buscaron su legitimación en distintas formas de monarquías, con estructuras más o menos tribales, nacionales o imperiales, ligadas o no en cuanto a la sucesión a una teórica vinculación familiar con el profeta Mahoma, y complicadas por las violentas intrigas del harén y los numerosos candidatos que la poligamia proporcionaba. El sistema demostró ser lo suficientemente flexible como para permitir la ascensión a los más altos tronos de personajes de oscuro origen, incluso ex-esclavos (en algunas taifas andalusíes).
Las monarquías cristianas europeas eran dinásticas: el hijo mayor o el descendiente varón más próximo heredaban el trono, aunque la dinámica expansiva y agresiva del feudalismo las hacía enormemente cambiantes por las continuas guerras de conquista. Obtenían su capacidad militar de los soldados y armas de los señores feudales, con lo que dependían de la lealtad de la nobleza para mantener su poder; y su legitimidad del clero (particularmente la orden de Cluny) encabezado por el Papa, que no desaprovechó las ocasiones que se presentaron para propiciar el establecimiento de monarquías independientes eximiéndolas del vasallaje debido al Sacro Imperio Romano Germánico o al reino del que se desgajaran (caso de varios reinos peninsulares, como el reino de Portugal frente al reino de León). La patrimonialización de la monarquía permitía la división del territorio en caso de herencias y su fusión en caso de enlaces matrimoniales (sometidos a especiales codificaciones -Ley Sálica- y escándalos en caso de disolución o matrimonio morganático), con toda la complejidad institucional y territorial que de ello resultaba, así como los conflictos sucesorios que podían suscitarse con cualquier excusa a poco bien que se argumentara. Otro resultado trascendente fue el alejamiento de las casas reales de los pueblos sobre los que reinaban: tales extremos alimentaban la idea de la diferencia sustancial entre los reyes y el resto de los mortales, y el prestigio de su sangre azul, junto con sus cualidades taumatúrgicas exhibidas ritualmente (unción real, establecimiento del protocolo de la corte, uso del plural mayestático, administración arbitraria de la merced y la gracia y justicia real, espectáculos multitudinarios como los besamanos o el toque real para la cura de la escrófula, etc.).
En los últimos siglos de la Baja Edad Media, con el declive del feudalismo y la aparición de los Estados nacionales en torno a las monarquías autoritarias, el poder territorial ejercido a escala de los nacientes mercados nacionales se fue centralizado en la figura del Soberano, que no reconocía poderes superiores como habían sido los poderes universales medievales (Papa y Emperador). En principio estos gobernantes eran apoyados por la naciente clase media o burguesía, que se beneficiaba de la existencia de un gobierno central fuerte que mantuviese el orden y una situación estable para el desarrollo del comercio en el naciente capitalismo; lo que no es contradictorio con que al mismo tiempo garantizaran el predominio social de nobleza y clero, los estamentos privilegiados del Antiguo Régimen
Edades moderna y contemporánea
Entre los siglos XVI y XVII, las monarquías aumentaron sus pretensiones de concentración de poder para convertirse en monarquía absoluta: aumentando la centralización, suprimiendo intermediarios entre monarca y súbditos e intentando el ejercicio de un poder sin limitaciones teóricas, con mayores o menores posibilidades de lograrlo. Modelo histórico de ello fue la monarquía borbónica de Luis XIV de Francia, mientras que la monarquía católica de los Habsburgo españoles quedó como modelo de monarquía autoritaria, con pretensiones más limitadas y más consideración a todo tipo de particularismos y límites ideológicos.[5]
Tanto los abusos de poder como la inadecuación de esas pretensiones a la dinámica económica y social, llevaron al estallido de la contestación a esas concentraciones de poder en forma de revueltas antifiscales, particularismos regionales y estamentales, o bien la insatisfacción creciente de la burguesía. Todo ello contribuyó a la caída de las monarquías absolutas de Europa Occidental tras sucesivos ciclos de revoluciones burguesas o revoluciones liberales (el primero de ellos denominado atlántico): la Revolución inglesa en el siglo XVII (1640-1688, con un intermedio de Restauración), la Revolución francesa y las guerras de la independencia americana desde el último cuarto del XVIII hasta el primero del XIX (1776 Estados Unidos, 1789 Francia, la América continental española hasta la Batalla de Ayacucho, 1824), y los ciclos revolucionarios denominados revolución de 1820, revolución de 1830 y revolución de 1848.

Estos procesos revolucionarios marcaron hitos en la limitación del poder de los reyes, que ya desde la segunda mitad del siglo XVIII procuraba revestir al absolutismo de una justificación ideológica que superaba el derecho divino de los reyes mediante lo que se denominó despotismo ilustrado, vinculado a la ilustrada idea de progreso. En cambio, esa misma forma en Europa Oriental coincidía con el momento de mayor concentración del poder en los reyes, simultáneo a un proceso económico y social de refeudalización, que llevó a la autocracia zarista en Rusia y a la expansión del Imperio Austrohúngaro.[6]
La idea moderna de una monarquía limitada constitucionalmente (monarquía constitucional) se consolidó con lentitud en la mayor parte de Europa, al tiempo que aparecían las primeras repúblicas europeas modernas. Durante el siglo XIX el poder de los parlamentos (elegidos por cuerpos electorales progresivamente ampliados) crecía al mismo ritmo que disminuía el poder de los monarcas, que se acomodaban a un papel de espejo de virtudes sociales mitad aristocráticas, mitad mesocráticas o burguesas, como el que ejemplificaba la Reina Victoria (matriarca que emparentó a toda la realeza europea), incluyendo la doble moral que ha pasado a ser sinónimo de época victoriana. Hubo incluso tronos que se pusieron a subasta y recayeron en el candidato que demostró mayor sensibilidad liberal, como el español durante la revolución de 1868 (en Amadeo de Saboya). Otros se escindieron pacíficamente, a iniciativa de sus propios súbditos: el reino de Noruega y el reino de Suecia en 1905. Alguna, como la belga, escindida revolucionariamente en 1830 de la holandesa, se definió como monarquía popular. El caso de disolución más clara fue el de la monarquía francesa, cuyos partidarios, enfrentados y escindidos en orleanistas y legitimistas, fueron incapaces de aprovechar su victoria electoral tras la caída del imperialismo bonapartista (1871), lo que consolidó la III República.
Entre tanto, la expansión imperialista de las potencias europeas por África, Asia y el Pacífico, fue haciendo desaparecer (o reduciendo a un papel inoperante) las monarquías tradicionales de esos pueblos.
Seculares monarquías europeas, como el Imperio Ruso, el II Imperio Alemán y el Imperio Austrohúngaro, dejaron de existir después de la I Guerra Mundial, cuando el Tratado de Versalles y la Revolución soviética cambiaron la faz de Europa. El fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída de los fascismos, con los que se habían vinculado la monarquía italiana y -de grado o por fuerza- las balcánicas (Albania, Yugoslavia, Hungría, Rumanía y Bulgaria), supuso una nueva y masiva desaparición de tronos.[7]
Situación actual de las monarquías
Suele insistirse en la idea de que el mantenimiento de la monarquía en la actualidad obedece a su papel como símbolo de la unidad nacional frente a la división territorial y su poder arbitral frente a los distintos partidos políticos. Cuando es el caso que el régimen político es democrático, reconociéndose la soberanía popular, el monarca pasa a ser la figura en la que se encarna el cargo de Jefe del Estado de forma vitalicia y hereditaria, con lo que su papel es fundamentalmente simbólico y representativo.
Esta definición es la que se suele identificar con las monarquías europeas, entre las que están las monarquías parlamentarias del Reino Unido, España, Noruega, Suecia, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. También existen tres microestados con monarquía (Liechtenstein, Mónaco y Andorra) y una monarquía electiva teocrática (Ciudad del Vaticano). Entre los países árabes las monarquías tienen distintos grados de apertura a la representación popular, mayor en Marruecos o Jordania y muy restringida en Arabia Saudita o los emiratos del Golfo Pérsico (Kuwait, Bahréin, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Omán), Malasia (con monarquía rotatoria entre los diferentes sultanes) y Brunei; excepto los dos primeros, todos ellos países que pueden calificarse de petroestados,[8] y muchas veces tildados de plutocracias. Bután es la única monarquía del Subcontinente Indio, tras la reciente abolición de la monarquía en Nepal (2008); Japón (equiparable a las monarquías europeas), Thailandia y Camboya son las restantes monarquías de Extremo Oriente. En algunos pequeños estados africanos (Lesoto y Suazilandia, enclavados en la República Sudafricana) siguen manteniéndose monarquías tradicionales.
Un papel especial en las relaciones internacionales es el que cumple la monarquía británica, que mantiene un vínculo personal con la Commonwealth (Comunidad Británica de Naciones), de varios de cuyos estados miembros continúa siendo el jefe de estado titular a pesar de que sean estados independientes. El papel del rey de España en la Comunidad Iberoamericana de Naciones y las periódicas reuniones denominadas Cumbre Iberoamericana no es comparable, pues en rango protocolario es equivalente a los demás jefes de estado.
Un rasgo de las monarquías europeas (a veces considerado como una actualización o búsqueda de legitimación popular) ha sido la incorporación de plebeyos a las familias reales, y la continuada presencia en los medios de comunicación de masas, incluyendo los escándalos propios de la prensa del corazón, desde la glamurosa boda de Grace Kelly con Raniero III de Mónaco (1956) y los espectaculares matrimonio, divorcio y muerte de Lady Di (1981-1997). Otro ha sido la reconsideración del papel de la mujer en la monarquía, para equipararla con el varón en la sucesión, reforma que han iniciado las monarquías nórdicas. En España se ha llegado a consultar al Consejo de Estado la conveniencia de alterar la línea de sucesión al trono regulada por la Constitución de 1978.

Dictaduras familiares
En algunas repúblicas sometidas a regímenes dictatoriales se han producido transferencias dinásticas del poder de padres a hijos, estableciendo prácticas muy similares a las de las monarquías, que se suelen denominar dictaduras familiares.[9] Ejemplos de ello han sido el Haití de los Duvalier, la Nicaragua de los Somoza o la Siria de los Assad.
Un caso particular es la dinastía comunista de Corea del norte. La sustitución en Cuba de Fidel Castro por su hermano Raúl Castro se ha interpretado en el mismo sentido por parte de la oposición.[10]
En el caso de sistemas democráticos, la sucesión en la presidencia de familiares también se ha producido, como es el caso de los Estados Unidos con George Bush padre e hijo, aunque en este caso hubo una presidencia intermedia (Bill Clinton).
Monarquía y religión
do en las antiguas, dotaban al monarca (y también a su dinastía) de carácter divino, por ejemplo, los faraones de Egipto o los emperadores romanos. Lejos de esta concepción del rey como dios, incluso hoy (2007), aunque los Estados sean aconfesionales, algunas monarquías parlamentarias, siguen vinculadas a una determinada religión. Por ejemplo, España y Bélgica al Catolicismo, Reino Unido y Países Bajos al Protestantismo. Hay otros muchos ejemplos, actuales e históricos, como el de los zares, que hasta antes de la Revolución Rusa que acabó con la dinastía Románov, estaban ligados a la Iglesia Ortodoxa.
En la Antigüedad, el cambio de una monarquía a una república poco tenía que ver con el aspecto religioso, o el cambio de religión oficial con el cambio de forma de gobierno. Ni siquiera en la edad moderna con todos los movimientos en el terreno religioso: reforma, contrarreforma (protestantismo), luteranismo, calvinismo, etc.
Tipos de monarquía
Según la teoría política se pueden entender varios tipos de regímenes monárquicos:
Monarquía absoluta
La monarquía absoluta es una forma de gobierno en la que es el monarca quien ejerce el poder sin restricciones en términos políticos, y en la mayor parte de los casos, también en los aspectos religiosos, o al menos con una gran componente espiritual. El lugar y el periodo histórico en que surge el modelo que se designa con ese nombre (Europa Occidental durante el Antiguo Régimen, particularmente la monarquía francesa de Luis XIV en torno a 1700) no impide que puedan considerarse rasgos muy similares en otros momentos y lugares, y con otros títulos de realeza (emperador en distintas entidades políticas, basileus en el Imperio Bizantino, zar en Imperio Ruso, etc.).
Rasgo distintivo de la monarquía absoluta es la no existencia de división de poderes: el Soberano es a la vez cabeza del gobierno, principal órgano legislativo (su voluntad es ley) y cúspide del poder judicial ante el cual se puede solicitar la revisión de los jueces inferiores. Como justificación ideológica, se entiende que la fuente de todo poder (Dios, según la teoría del derecho divino de los reyes) se lo transmite de forma completa. Sin embargo, en términos prácticos, no significaba realmente que un rey absoluto pudiera ejercer un poder absoluto entendido como ejercicio total del poder en toda circunstancia y sin intermediación.
Monarquía constitucional y monarquía parlamentaria
Históricamente, las limitaciones al poder de los monarcas surgen en Europa a partir de la crisis del Antiguo Régimen, que en algunos casos condujo a la supresión de la monarquía y la constitución de repúblicas (caso de Francia durante la Revolución Francesa entre 1791 y 1804 o de Inglaterra durante la Revolución Inglesa entre 1649 y 1660) mientras que en otros el rey acepta ceder parte de su poder y compartirlo con representantes elegidos. Si la cesión es por la mera voluntad del rey, no se considera una verdadera constitución, sino una carta otorgada (caso de Francia en la Restauración entre 1814 y 1830). Las verdaderas monarquías constitucionales son aquellas en que se define el principio de soberanía nacional, aunque se la haga residir no el el pueblo (soberanía popular) sino, por ejemplo en las Cortes con el Rey (constitución española de 1845 y de 1876). El rey retiene así gran parte del poder, determinando un reparto de funciones en las que, principalmente, controla el poder ejecutivo.
En la monarquía parlamentaria, el gobierno es responsable ante el Parlamento, que es inequívocamente el depositario de la soberanía nacional. Aunque el rey mantenga algunas competencias (más bien formales), como la capacidad de designar un candidato a la presidencia del gobierno, que no obstante no alcanzará el nombramiento hasta no obtener la confianza del parlamento. El rey sigue siendo el jefe de estado, inviolable e irresponsable en el ejercicio de su cargo, y ostenta la más alta representación de la nación en las relaciones internacionales, aunque sus poderes son prácticamente simbólicos. Suele resumirse en la expresión el rey reina, pero no gobierna (expresión debida a Adolphe Thiers).[11] Cualquiera de sus actos oficiales ha de ser respaldado por el gobierno, sin cuyo consentimiento no puede efectuarlos. El ejemplo clásico de monarquía parlamentaria es el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (desde la Revolución Gloriosa de 1688), que además no posee una constitución codificada sino un corpus de leyes y prácticas políticas que conforman su constitución. Se han dado algunos casos que comprometen las funciones de un rey en una monarquía parlamentaria, como fue la objeción de conciencia de Balduino I de Bélgica (que suspendió temporalmente sus funciones para no firmar la ley del aborto en 1990), o la intervención de Juan Carlos I para impedir que la mayoría del ejército se sumase al Golpe de Estado en España de 1981 (en un momento en que tanto el Gobierno como el Congreso de los Diputados estaban secuestrados). La Constitución Española de 1978 (que define el sistema político como monarquía parlamentaria) reserva al rey la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas de España. En algunos textos se habla de la existencia de un poder arbitral que sería el que ejercería el rey.
Monarquías híbridas
A lo largo de la historia han existido sistemas de gobierno a medio camino entre la monarquía absoluta y la constitucional, en donde el monarca se ve obligado a ceder parte de su poder a un gobierno en ocasiones democrático, pero sigue manteniendo una importante influencia política. La evolución ha sido muy diferente según los países, y depende del derecho comparado. Sin embargo, los monarcas de países árabes tales como Marruecos siguen ostentando casi todo el poder en sus manos.
Además de eso, existen monarquías de otros momentos históricos como la de los regímenes feudales, en las cuales el monarca es un señor feudal más. Su poder se limita a su feudo y a las relaciones de vasallaje existentes con nobles inferiores. En estos casos la monarquía se asemeja a una aristocracia, por la disolución del poder entre la nobleza.
Cronologías de monarquías
África
• Califas Abasidas en Egipto (750-1258)
• Califas Almohades (1130-1269)
• Emperador Centroafricano (1976-1979)
• Faraones de Egipto (3050 a. C.-30 a. C.)
• Monarcas de Etiopía (1270-1974)
• Monarcas de Lesoto (y Basutolandia)
• Reyes de Marruecos
• Reyes de Swazilandia
América
• Tlatoanis de Tenochtítlan (1325-1521)
• Emperadores de Brasil (1822-1889)
• Emperadores Incas(1250-1533)
• Emperadores de México (1821-1823) (1864-1867)
• Reyes de Brasil (1807-1822)
• Reino de la Araucanía y la Patagonia (1860- a la Fecha, nunca fue reconocido por ningún Estado)
• Reyes Afrobolivianos
Asia
• Califas Abasidas (756-1258)
• Califas Fatimíes (909-1171)
• Califas Meyaos (761-756)
• Dalai Lamas del Tibet (1391-1959)
• Emires de Qatar
• Emperadores de China (221 a. C.-1911)
• Emperadores de Japón
• Emperadores y Reyes Kushan (1-375)
• Emperadores Maurya (320 a. C.-185 a. C.)
• Emperadores Mogoles (1526-1707)
• Emperadores de Nicea (1204-1261)
• Emperadores Sunga (185 a. C.-73 a. C.)
• Emperadores Tangut (1038 a. C.-1227)
• Emperadores Wei (187-265)
• Emperadores Wu (156-280)
• Jaghanes Mongoles (1206-1240)
• Il-Janes de Persia (1256-1338)
• Monarcas de Bahréin
• Monarcas de Kuwait
• Presidentes de los Emiratos Árabes Unidos El Presidente de los Emiratos Árabes Unidos es un monarca
• Reyes Aqueménidas de Persia (555 a. C.-329 a. C.)
• Reyes de Arabia Saudí
• Reyes de Asiria (¿2020 a. C.?-609 a. C.)
• Reyes de Ayutthaya (1350-1767)
• Reyes de Babilonia (1894 a. C.-539 a. C.)
• Reyes Bitia (376 a. C.-75 a. C.)
• Reyes de Bután
• Reyes de Camboya
• Reyes Elamitas (2500 a. C.-644 a. C.)
• Reyes Grecobactrianos (250 a. C.-130 a. C.)
• Reyes de Hawaii (1810-1893)
• Reyes de Israel (1020 a. C.-722 a. C.)
• Reyes de Jerusalén (1099-1291)
• Reyes de Jordania
• Reyes de Judá (926 a. C.-587 a. C.)
• Reyes Kidarita (siglo IV)
• Reyes de Nepal (1768-2008)
• Reyes de Partia (255 a. C.-224)
• Reyes de Pergamo (282 a. C.-123 a. C.)
• Reyes del Ponto (301 a. C.-63 a. C.)
• Reyes Sasánidas de Persia (224-651)
• Reyes Seléucidas (311 a. C. adC-63 a. C.)
• Reyes de Tailandia
• Sultanes de Brunei
• Sultanes Gaznavidas (962-1186)
• Sultanes Gurida (1149-1212)
• Sultanes Khilji de Delhi (1290-1321)
• Sultanes Khilji de Malwa (1436-1531)
• Sultanes de Omán
• Sultanes Otomanos (osmanlíes) (1281-1922)
• Sultanes Selyúcidas de Rüm (1077-1307)
• Sultanes Tahiridas (820-872)
Europa
• Califas Omeyas de Córdoba (929-1031)
• Copríncipes de Andorra
• Emires Almorávides (1062-1147)
• Reyes de Prusia y Emperadores de Alemania (1701/1870-1918)
• Emperadores de Austria, también Reyes de Hungría y Bohemia (1804-1918)
• Emperadores del Imperio Latino de Constantinopla (1204-1261)
• Emperadores Carolingios del Sacro Imperio y Reyes Germánicos (800-1806)
• Emperadores Romanos (27 a. C.-476)
• Emperadores Romanos de Oriente (Bizantinos) (395-1453)
• Grandes Duques de Luxemburgo
• Grandes Duques de Toscana (812-1860)
• Reyes Francos de Galia y de Francia (420-1870)
• Papas (Jefes de Estado de la Ciudad del Vaticano)[13]
• Príncipes de Liechtenstein
• Príncipes de Mónaco
• Príncipes de Transilvania (1541-1711)
• Reyes Antigónidos de Macedonia (283 a. C.-168 a. C.)
• Reyes de Aragón (809-1746)
• Reyes de Asturias (718-925)
• Reyes de Bélgica
• Reyes de Bohemia (1098-1918)
• Reyes de Bulgaria (605-1946)
• Reyes de Castilla (762-1700)
• Rey de Dinamarca
• Reyes de Escocia (842-1625)
• Reyes de España
• Reyes de Galicia (914-1833)
• Reyes de Grecia (1833-1974)
• Reyes de Hungría (1000-1918)
• Reyes de Italia (1861-1946)
• Reyes de León (910-1301)
• Reyes de Mallorca (1262-1375)
• Reyes de Nápoles y Sicilia (1071-1860)
• Reyes de Navarra (810-1791)
• Reyes de Noruega
• Reyes de los Países Bajos
• Reyes de Piamonte–Cerdeña (1720-1861)
• Reyes de Polonia (1025-1795)
• Reyes de Portugal (1093-1910)
• Reyes del Reino Unido
• Reyes de Roma (753 a. C.-510 a. C.)
• Reyes de Rumanía (1866-1947)
• Reyes de Sajonia (1806-1918)
• Reyes de Suecia
• Reyes Suevos (409-585)
• Reyes de Valencia (1238-1700)
• Reyes Vándalos (407-534)
• Reyes Visigodos de Hispania (369-720)
• Zares de Rusia (1546-1917)
• Sultanes Nazaríes de Granada (1238-1492)
• Orden de Malta (Estado no territorial reconocido internacionalmente)